Somos millones en esta isla errónea y apenas alguno sabe que llevamos vidas de náufrago

martes, 27 de marzo de 2018

Alegoría de la muerte





























Será como el silencio
o, tal vez, la esencia de la soledad.
La misma que te busca
cuando cierras los ojos bajo el agua.
Y llegará con un batir de alas
y con un susurro de abejas.

                                                                Mariano Calvo Haya 


miércoles, 21 de marzo de 2018

Paseo con perro



No me pregunten cómo, pero él sabe.
Sabe cuáles son los indicios que me mueven.
Durante unos instantes, en su mirada
se dibuja una señal de alerta,
una dulce interrogación de silencio,
que tenuemente se va difuminando,
mientras cobra rastros con la pericia cazadora
de quien prestó la atención debida
a la ciencia de sus abuelos.
Si me pongo una chaqueta ladea la cabeza,
si tomo una mochila su nariz
se sitúa al nivel de las baldosas,
si me calzo unas u otras botas
la cola se transforma en un banderín de mensajes,
como si las costumbres fueran signos
que cerraran en su entendimiento
mis posibles y livianas decisiones.
Él sabe, pero confirma lo que intuye
cuando se acerca dignamente
y olisquea la tierra adherida
en las suelas de mis zapatos.
Si la tierra hiede a rutina y desamparo
o a triste patria de hombres grises,
él se aleja con la misma malherida gravedad
con la que yo me marcho a mis asuntos.
Pero, ay, si él husmea la hierba fresca,
el torrente de la nieve o una nube en el calzado,
o, quizá, los restos olvidados de la última galerna,
entonces él ya sabe que es la hora y lo celebra,
saltos y gemidos que son risas y promesas.
Y nos vamos raudos, porque él sabe
que al otro lado de la puerta y para nosotros
hay aventuras, mares de hielo,
bosques oscuros e infinitas estepas.


                                                          Mariano Calvo Haya

martes, 20 de marzo de 2018

Billy Collins


Consejo para escritores

Aunque te mantenga en vela toda la noche,
lava las paredes y friega el piso
de tu escritorio antes de componer una sílaba.
Limpia el lugar como si el Papa estuviese por llegar.
La pulcritud es la sobrina de la inspiración.
Mientras más limpies, más brillante
será tu escritura, así que no dudes en salir
a campo abierto para restregar la parte oculta
de las rocas o para limpiar los nidos llenos de huevos
en las ramas más altas de la negra floresta.
Cuando encuentres el camino de regreso a casa
y guardes las esponjas y los cepillos debajo del fregadero,
contemplarás en la luz del alba
el inmaculado altar de tu escritorio,
una superficie limpia en el medio de un mundo impoluto.
De un pequeño florero, en centellante azul, saca
un lápiz amarillo, el más puntiagudo del ramo,
y llena páginas con oraciones diminutas
parecidas a largas hileras de devotas hormigas
que venían siguiéndote desde el bosque.

                                                    Billy Collins

lunes, 19 de marzo de 2018

El mirlo bajo la lluvia




Intemperie


Quizá nos caigan bombas
desde esa sima profunda en que se han convertido los cielos.
Quizá nos barra el viento
hasta un lugar en el que no sirvan brújulas ni calendarios.

Quizá un estruendo nos amordace
y nos clave en la tierra la sonrisa amarga de la muerte.

O quizá nos mate el olvido.

Pero mientras viva,
mientras mi aliento empañe los espejos
y mis ojos miren
y por mi boca hable,
quiero ser como ese mirlo indemne
que resiste bajo la lluvia
al otro lado de la ventana.


                                                                  Mariano Calvo Haya
 

sábado, 17 de marzo de 2018

El Fin de la Historia

Ayer visitó La Vorágine, con un lleno espectacular, el escritor chileno Luis Sepúlveda para presentar su última novela "El Fin de la Historia. Admirable jornada. Como me tocó participar en el preámbulo de su intervención, aquí dejo lo que escribí para ese momento.



Luis Sepúlveda y el comienzo de la Historia


Supe por primera vez de Luis Sepúlveda hace bastantes años gracias a su libro “Mundo del fin del mundo”, cuando, en realidad, para el joven que yo era, casi todo comienza y todo está al principio del camino. Era uno de esos libros que atrapan incluso antes de abordarlos, gracias a una portada en la que se apreciaba la inmensa osamenta de una ballena tendida al sol. Luego, cuando te adentrabas en él, tenía ese halo romántico y crepuscular que tanto me gustaba, pese a narrar las navegaciones iniciáticas de un muchacho inexperto aunque con ojos abiertos y expectantes. Un muchacho que, bien mirado, podría haber sido yo, que ya llevaba desde mi adolescencia enredado en sueños de viajes entre piratas y contrabandistas.
Mucho tiempo después, cuando tuve la fortuna de recorrer la costa que se extiende desde Punta Arenas hasta Puerto Hambre, no dejé de rememorar las páginas de aquel libro a cada momento.

Luego, porque estas cosas son así y en el mundo de los lectores irredentos funcionan perfectamente los rumores y el boca a oreja, oí hablar de “Un viejo que leía novelas de amor” en un lugar remoto de la selva ecuatoriana, en territorio de los shuar, esa gente que conocemos mal y a los que peores lenguas llaman jíbaros por un quítame allá esas cabezas reducidas.  
Y mientras escribo esta reseña me confieso atónito que fue poco después  de leer el libro cuando viajé también allí. En Gualaquiza no encontré a Antonio José Bolívar Proaño, protagonista de la novela, tampoco cabezas humanas disecadas, pero sí que descubrí que en la confluencia de dos ríos, cada uno de ellos mantiene sus propias tonalidades y su propia alma.

A partir de entonces las historias noveladas y las crónicas de Luis Sepúlveda se han sucedido entre mis lecturas. Me veo devorando “Patagonia Express” entre El Calafate y Río Gallegos. Me veo ensimismado con “La locura de Pinochet” en un autobús que me llevaba de Calama a La Serena. Me veo recordando a los personajes de “La sombra de lo que fuimos” en una visita al centro de detención y tortura situado en Londres 38 de Santiago de Chile. He disfrutado con la ternura del gato que enseñó a volar a una gaviota. He sufrido con los sinsabores de Juan Belmonte, con mal nombre de torero, que vuelve a ser protagonista de “El fin de la Historia”.

No quiero revelar en esta pequeña semblanza las interioridades de este nuevo libro de Luis Sepúlveda, porque eso sería como arrebatar a los posibles lectores la ocasión de descubrir por sí mismos algunos episodios de la historia de Chile, o más bien de los chilenos, que no suelen aparecer en los libros de Historia: el sufrimiento de las víctimas, el dolor del exilio, la extrañeza del regreso. Cosas por otra parte que tan familiares son  también para este país hermano en el que vivimos.
Baste decir que “El Fin de la Historia” es la vivida por hombres testigos de la maldad de otros hombres. Una historia de la que intuimos que, en realidad, no termina nunca porque así es la voracidad del ser humano, pero también su generosidad.

Y termino para no alargar en exceso este preámbulo.
No sé si culparlo a él, a Luis Sepúlveda, pero he de confesar, si no lo he dejado ya claro, que a partir de saber de él, como si un rastro de ballenas me hubiera alcanzado desde las páginas del fin del mundo, cada vez que me he desplazado a algún lugar siempre he viajado en pos de alguna historia con la mochila y la cabeza llena de libros. Por eso mi entendimiento se niega a pensar que hay un fin de la historia, sino que más bien, con cada uno de sus libros comienza el cuento, la descripción pormenorizada y fiel de las sombras que nosotros, sus lectores, alguna vez también fuimos.
  

viernes, 16 de marzo de 2018

Reconocimiento íntimo para el viejo gaitero Liam O'Flynn

Leo que ayer murió Liam O'Flynn, aunque sé perfectamente que los viejos gaiteros nunca mueren. No obstante mañana, 17 de marzo, qué mejor día, brindaré con cerveza negra a la salud del aire que lleva y trae su música. 




Tal vez porque nos robas el aire
que se filtra por tus dedos
y lo atesoras en alguno de los árboles
que siniestramente desaparecieron 
de tu tierra herida.

Tal vez porque perteneces al clan 
de los viejos leprechauns
que se tornaron espectros perseguidos
y que tocaban bajito
directamente a la insidia de los invasores.

Tal vez porque nos cuesta respirar
lo mismo que a los indómitos
cuervos de Cashel cuando contemplaban
la coronación de Brian Boru.

Tal vez por eso viene a nuestros oídos,
como un lamento, la convicción
breve y hermosa de que tú
sostienes a Eire entre tus manos.


                             Mariano Calvo Haya
                             El privilegio de los pájaros.
                             Editorial Árgoma, 1998. 

jueves, 15 de marzo de 2018

Caminar por La Habana Vieja


La Revista Cultural Amberes me publica este articulillo: http://amberesrevista.com/pavana-antigua-para-transeuntes/

martes, 13 de marzo de 2018

Un librillo de Roberto Luis Stevenson


Ayer encontré en una librería  de segunda mano este nuevo ejemplar de La isla del tesoro para mi colección. Aunque la edición no tiene fecha, según he podido ver por Internet podría estar datada en 1924. La lista de los principales autores de la editorial no tiene desperdicio. Además del señor Roberto Luis Stevenson (¿tal vez Estébanez?)  destacan Carlos Dickens y Enrique Sienkiewicz. Pero la palma, sin duda, se la lleva Edgardo Poe.

lunes, 12 de marzo de 2018

Ocho montañas

"Levantábamos la vista solo cuando terminaban los árboles. En la ladera del glaciar el sendero se suavizaba, y al salir el sol nos encontrábamos con las últimas aldeas altas. Eran lugares abandonados o casi abandonados, incluso más que Grana, salvo por un establo apartado, una fuente todavía en funcionamiento, una ermita bien conservada. Encima y debajo de las casas el terreno había sido allanado y las piedras recogidas en cúmulos, y también se habían cavado canales para irrigar y abonar, y aterrazado las cuestas para hacer campos y huertas: mi padre me enseñaba esas obras y me hablaba con admiración de los antiguos montañeros. Los llegados del norte de los Alpes en la Edad Media eran capaces de cultivar la tierra en alturas hasta las que nadie llegaba. Eran poseedores de técnicas especiales y de una especial resistencia al frío y las privaciones. Ya nadie, me dijo, podría vivir allí arriba en invierno, con una autonomía total de comida y de medios, como durante siglos habían hecho ellos.
Yo observaba las casas derruidas y hacía esfuerzos para imaginarme a sus moradores. No podía comprender cómo alguien había podido elegir una vida tan dura. Cuando se lo pregunté a mi padre, me respondió a su manera enigmática: siempre parecía que no podía darme la solución, sino apenas un indicio, y que yo tenía que llegar a la verdad necesariamente solo.
Dijo:
-No lo eligieron. Si alguien se queda arriba, es porque abajo no lo dejan en paz
-¿Y quién hay abajo?
-Amos. Ejércitos. Curas. Jefes de sección. Depende."


Paolo Cognetti.
Las ocho montañas.
Literatura Random House.


miércoles, 7 de marzo de 2018

Mi mandil

Por un 8 de marzo combativo.

lunes, 5 de marzo de 2018

Librería 79


Lo que queda de la Librería "El siglo de las luces" en la Calle Neptuno de La Habana.